
Un niño ególatra y egocéntrico, insolente, arrogante, absolutamente amoral, un punto salvaje, desmemoriado y desagradecido, egoísta irrecuperable, déspota.... un niño que no quiere crecer y que en sus sueños, a veces, se siente solo, así es Peter Pan.
Un hada muy humana capaz de matar por celos y de morir por amor (aunque se guarde un as en la manga, o tal vez debería decir en el ala): la diminuta vampiresa Campanilla.
Una niña cursi, maternal y tontorrona: Wendy.
Estos son los tres auténticos protagonistas del cuento de Sir J. M. Barrie Peter Pan.
Con un estilo que se sirve de recursos propios de las narraciones orales (interpelaciones directas al lector, por ejemplo), Barrie caricaturiza a los personajes adultos y nos presenta la historia arrancando en un hogar poco convencional, tan poco que no se sabe muy bien si hay más fantasía en Nunca Jamás o en esta casa londinense en la que una perra ejerce de niñera y un padre arrepentido decide tomar el lugar del animal en la perrera.
Un cuento ligeramente desconcertante porque no hay un plano en el que se vea una realidad reconocible. La imaginación, la fantasía impregna incluso la descripción de la vida familiar de los Darling.
En cualquier caso, es una obra que se presta a lecturas infantiles tanto como a ser leído por adultos que le den una interpretación basada en los rasgos caricaturescos de los personajes adultos, especialmente del señor Darling.
La imagen corresponde a la portada de la edición de Alfaguara, con excelente traducción de Gabriela Bustelo e ilustraciones de Fernando Vicente, que recrea fielmente el mundo que Barrie dibujó antes con palabras.