sábado, 29 de septiembre de 2007

La muñeca rota




Muñeca de trapo (Laa.isenshi)


Dirigió sus ojos hacia la pobre muñeca rota. A menudo se había preguntado, aún se preguntaba. si aquel minúsculo y viejo trozo de trapo tendría alma. Cuando niña, la respuesta era inmediata. Cuando niña...

Se había mirado muchas veces en los ojos tristes de la vieja muñeca rota. A veces le había parecido percibir en ellos una luz alegre, o un suave reproche por algo. Era, sin duda, más que un juguete. Era un ser de otro mundo, una vida que en nada se parecía a la de los humanos, algo especial, con sus largas trenzas rubias de lana y su boquita pintada de un rojo intenso que muy raramente parecía sonreír. Tal vez no tuviera motivos...

Ella le hacía bonitos vestidos en las lánguidas tardes de verano, sentada bajo un paraíso, mientras abuelita, mamá, las tías y alguna visita ocasional, atendían eficientemente a sus labores de media, ganchillo o bordado y, al mismo tiempo, a una conversación que a veces interrumpían para contar algún punto.

Cuando se cansaba de coser, correteaba por los jardines con su pequeña y querida muñeca en los brazos. Le hablaba como a una niña y al llegar al lago, invariablemente le decía: "Ten cuidado. Si te caes y no estoy cerca puedes ahogarte. Un día te enseñaré a nadar, cuando seas mayor", segura de que podía oírla y entender sus palabras.

Ahora, cuando el tiempo había roto la magia de aquellas apacibles tardes, pensaba: "De todos modos, mi pobre muñeca no habría podido gritar "socorro""

Nunca le había dado un nombre. Tampoco lo había necesitado. Para ella, ésa era su querida muñeca y no había otra. Siempre le había profesado aquel afecto especial, lleno de ternura y dedicación. Tenía para ella una cunita de madera tallada donde la acostaba todas las noches y se imaginaba hacerla rezar y decir sus oraciones.

Nada había para ella más real que la vida de su muñeca.

¡Pobre muñeca de ojos tristes inmensos! El tiempo había estropeado sin compasión su cuerpecito de trapo y serrín. Su boquita era ahora pálida, sus miembros desproporcionados... Pero era la puerta dorada que le devolvía recuerdos de un tiempo decadente.

La guapa muñeca formaba parte de su mundo de sensaciones infantiles.

De pronto se sintió incapaz de recobrar aquellas vivencias que habían constituido el sustento de sus ilusiones siempre.

Dirigió sus pasos inconscientemente hacia la habitación que había ocupado cuando niña. Buscaba sin saberlo la cunita. Nadie más había vuelto a habitar la casona. ¿Estaría aún allí?

Se acercó al pueblo. El sol rozaba los tejados. Le recordó sus cuentos infantiles: era un pueblecito blanco, bajito y luminoso. Los claveles y geráneos ponían una nota de color en las limpísimas fachadas.

Antes había bajado a menudo hasta allí, siempre con su rubia muñeca entre los brazos, o de la mano, como la llevaba a ella mamá.

En el jardín vivía aún aquel hermoso paraíso bajo el que dejaba correr las largas tardes de los cálidos verandos de su infancia. Por algún milagro, aquel árbol aún podía cobijar con su sombra sueños e ilusiones.

Ella recordaba un embarcadero de madera clara y una barca de remos con un nombre: Matilde.

Grabada a fuego en su mente llevaba la imagen de su padre dando las últimas pinceladas en el costado sólido y firme del bote. "Era muy guapo" Y sonrió dulcemente con este pensamiento.

Ya no volvió a verlo. Nunca supo la razón.

Allí conoció su primer amor de adolescente. No recordaba su nombre, pero su rostro jamás podría olvidarlo. Ahora, en la distancia, le parecía todo irreal, producto de un sueño maravilloso. Sintió de nuevo sus ojos, tan profundos, mirándola con suavidad, como si le acariciase la larga melena flotando al viento.

Tenía todo aún aquel color de las viejas estampas, el color rubio del champán, el color del sol sobre los camps de trigo dorado.

Con su muñeca había cortado muchas veces en esos trigales amapolas, tan encarnadas como sus mejillas tersas de adolescente.

Quiso y le fue imposible recuperar la tibieza del sol encendiéndolas, tiñendo de vida rosa su piel. Hasta el sol era más frío.

Caminó lentamente, casi con miedo, solemnemente hacia el bosque; buscaba inconscientemente en su verdor algún signo del pasado. Avanzaba despacio, sobrecogida por su esfuerzo, abrazando a su muñeca, la muñeca rota tran frágil como sus sueño. Y al borde del bosque perfumado por la brisa, frente al lago limpio y claro, halló grabada su vida en una rama, a punta de navaja: un corazón atravesado por un flecha en cuyos extremos había unas iniciales y una fecha, 20-6-1925. Su muñeca sonrió...

© Raquel Méndez Primo 1987

Lo firma http://es.geocities.com/lamejorcosecha1965/entinexistplatn.jpg

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